Esta entrada y el poema del final van dedicados a mi compañera y amiga Isabel, quien pronto abrazará a una niña que será muy, muy afortunada al tenerla como madre.
Recuerdo que a mediados de los años 70 mi abuela Carmen me decía: ‘cuanta hambre habís de pasar’ y, mira tu por donde, quizá no andaba tan desencaminada...
No es una receta para todos los públicos, pero para los amantes
de la casquería, este plato es un manjar, además de barato, sencillo, sabroso
y nutritivo.
Ingredientes para 1 vampiro:
- 150 gr de sangre hervida de vacuno o pollo
- 100 gr de cebolla
- 2 dientes de ajo
- 1 guindilla cayena (opcional)
- pimientón dulce (opcional)
- orégano (opcional)
- Aceite de oliva y sal
1.Cortar la sangre
en cuadraditos, hay quien los prefiere grandes, pero así tardan mas en hacerse.
Filetear el ajo y partir la cebolla en rodajas gordas.
3.Pasado este tiempo, sacar la sangre y reservar.
En el mismo aceite pochar la cebolla con el ajo y a guindilla durante 8
minutos, hasta que comience a dorarse.
4.Añadir la sangre, el pimentón y el orégano,
mezclar bien y guisar todo junto durante 5 minutos mas, añadiendo un poco de
agua en caso necesario.
5.Emplatar y servir, aunque este guiso está mas rico uno o dos dias después de preparado.
5.Emplatar y servir, aunque este guiso está mas rico uno o dos dias después de preparado.
INSTRUIR DELEITANDO
Este guiso es un clásico del tapeo sevillano,
donde podemos encontrarla encebollada o con tomate. Su origen podría estar en
la cocina castellana, donde es frecuente la utilización de sangre de pollo,
cerdo o vaca.
Al parecer, la religión judía prohíbe comer
sangre, no así la católica, la cual afirma que el pan y el vino al ser
consagrados se convierten en el cuerpo y sangre de cristo, respectivamente,
pese a que los dos elementos conservan su color, olor, sabor, textura, etc.
Esta conversión es llamada «transubstanciación» y tras ella el sacerdote se
aplica una dosis de sangre o vino o que se yo.
En la cárcel de Sevilla, el poeta Miguel
Hernández recibió una carta de su esposa donde le decía que solo tenían para
comer pan y cebolla (ójala también hubiese tenido sangre). Como respuesta
escribió las Nanas de la cebolla, dedicadas a su hijo, donde en uno de sus
versos dice:
En la cuna del hambre
mi niño estaba.
Con sangre de cebolla
se amamantaba.
Y ha sido esa frase, que me persigue
y acompaña desde hace años la que me ha inspirado para preparar la receta de
hoy.
Aquí os dejo a un joven Serrat,
quien en 1990 interpretó en Chile este poema, con música de Alberto Cortez, que
me hace llorar cada vez que lo leo o escucho.
Esta es una de las cosas que más me gustaban siendo pequeña. Ahora, con el colesterol descontrolado (a pesar de que casi soy vegetariana porque ya no sé como controlarlo) ni sueño con esta delicia...
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